Durante siglos, el sexo era considerado simplemente un medio para alcanzar un fin cuasi sagrado, la concepción, la nueva vida. Este concepto castrante, aupado por el control y el dominio de las religiones sobre la propia vida privada de la gente, sepultó las aspiraciones más hedonistas que ya se daban en la Grecia Clásica y en Roma, cuando el sexo podía ser placer por placer. El deseo debía reprimirse. La lujuria era pecado. Aquellos siglos oscuros, que coincidieron básicamente con la Edad Media, pero también con parte de la Edad Moderna, marcaron a fuego en la mentalidad social esa forma de entender el placer sexual. Todavía hoy son muchos los que esperan al matrimonio para probar el sexo, los que se entregan solo a una persona, o los que acusan con el dedo a aquellos que viven su sexualidad de una manera más abierta. Por suerte, las cosas están cambiando, y la liberación sexual ya es imparable a estas alturas.
Esto conlleva volver a disfrutar del sexo por el sexo, sin necesidad de buscar nada más que un rato de placer y diversión con otra persona. La concepción de nueva vida no entra en los planes de los que se entregan a ese placer. Es una búsqueda de sensaciones y emociones diferentes, que cada cual experimenta a su manera. Por eso existen también los fetiches, fantasías que ahondan en el deseo de cada persona, y que pueden ser únicos o compartidos por otras muchas. Hay quien no sale de las tres típicas posturas sexuales en toda su vida, y luego están los que quieren experimentar y conocer todas las formas de placer que existen. Incluyendo esas que algunos miran horrorizados por ser más “extremas”. El Bondage, que forma parte de las llamadas prácticas BDSM, se refiere a los fetiches y fantasías que tienen que ver con la dominación. A veces es el hombre quien somete a la mujer, pero en la mayoría de casos, ellos prefieren ser los sumisos, y cruzar esa fina línea que separa el dolor del placer, con la ayuda de este tipo de prácticas, y los juguetes que se utilizan en ellas.
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